
La señora Lilian vive en la comuna de Pudahuel, y para llegar a su trabajo debe tomar el servicio local J18, y posteriormente, el metro.

Eran las 08:40 AM y el viaje en J18 había culminado. Todos los pasajeros tenían un destino en común: llegar a la Estación San Pablo, situado en la intersección de la avenida del mismo nombre y calle Neptuno.
Lilian Aguayo caminaba rápidamente hacia el metro, porque estaba atrasada para llegar a la Agrupación; debía estar allá a las nueve de la mañana.
08:55 AM, y luego de esperar unos ocho minutos, por fin el tren subterráneo hizo su aparición.

"Después me toma fotos, que ahora tengo que entrar al vagón, sino me quedo sin asiento y me tengo que ir de pie", me dijo la señora Lilian apenas se abrieron las puertas del metro.
"¡Qué bueno que pude sentarme! ¿Sabes? Generalmente me voy parada, porque las personas al tiro se agarran los asientos. Y pareciera que la gente no se da cuenta que existen asientos para nosotros, los adultos mayores. A veces, ni siquiera se lo dan a las embarazadas o minusválidos; menos a una vieja como yo", señaló Lilian Aguayo bastante disgustada.



Cuando el tren se detuvo en Estación Las Rejas, una horda de gente se apoderó del vagón. Y en la Estación Universidad de Santiago, un señor de avanzada edad subió a "este carro de tercera clase", como lo denomina la protagonista de esta historia.
Como nadie le cedía el asiento a este hombre, la señora Lilian decidió hacerlo. "¿Por qué nadie le da el asiento a este caballero, que más encima anda con bastón?", vociferó Lilian Aguayo.
Como nadie le cedía el asiento a este hombre, la señora Lilian decidió hacerlo. "¿Por qué nadie le da el asiento a este caballero, que más encima anda con bastón?", vociferó Lilian Aguayo.


Eran las 09:18 AM, y finalmente, el extenso viaje en metro había terminado; llegamos a la Estación República. "Oh, no puedo creer cómo pudimos salir de ahí; si parecía una lata de sardinas... Jajajá", rió la señora Lilian a modo de sarcasmo.
